La guía de Ignacio Peyró para enamorarse de Italia a través de 12 vinos
Mal conocidos (y a menudo peor apreciados), la calidad de los vinos italianos no tiene discusión. El escritor, confeso ‘bon vivant’ y residente en Roma, ofrece esta selección de favoritos


Allí conocieron la suavidad del Treviano, el valor del Montefrascón, la fuerza del Asperino…”. El vino italiano ha tenido entre nosotros a propagandistas de la altura de Miguel de Cervantes, pero por lo general no solo nos falta conocerlo: el paladar ibérico, modelado por la tempranillo y el roble americano, a veces también tiene dificultades para apreciarlo. Quienes vivimos en Italia conocemos bien los lamentos de los españoles que nos visitan: que si la acidez, que si el acético…, incluso quien llega a Italia con las mejores intenciones enológicas suele verse frustrado ante un Barolo impenetrable o algún vino naranja incomprensible, y se repliega así al terreno seguro de uno de esos Chianti embotellados para turistas en botellas de paja. Para ayudar a acertar con algunas referencias de confianza, vaya aquí una selección de vinos —todos excelentes, todos disponibles, todos ya bebibles— desde los Alpes hasta las islas. Son cinco blancos, cinco tintos, un rosado, un generoso y una sorpresa: cada uno de una región distinta para honrar la diversidad vitivinícola de un país que, al fin y al cabo, es una bota.
CINCO BLANCOS

Vent’anni 2013
El valle de Aosta es una región poco poblada y —en la frontera con Francia y Suiza— lejana de todo lo que no sean los Alpes. Con estas bases, no extrañará que su tradición vinícola sea a la vez oscura e interesante: es la demarcación más reducida de Italia, con algunos de los viñedos más altos de Europa. Pese a su tamaño, cuenta también con algún productor de nota —busquen el chardonnay cuvée bois de Les Crêtes— y con algunas variedades propias. Ninguna más característica que la prié blanc, que Ermes Pavese cultiva en un viñedo al que nunca tocó la filoxera. Aquí nos llega tensa y punzante, frescor puro, tras más de una década, ojo, en botella.

Bianca di Valguarnera 2021
Al pensar en vino siciliano, solemos pensar en dos cosas: hectolitros de marsala malón para la salsa de todos los escalopines de este mundo o bien viticultores —Cornelissen, Occhipinti, Barraco— propios de bar de vinos alternativos. En los últimos años, además, hemos descubierto una tercera vía en las laderas del Etna con las maravillas de Fede Graziani, Graci y Alta Mora. La Sicilia de siempre, sin embargo, mantiene sus monumentos con Duca di Salaparuta y sus etiquetas de prestigio: la insolia de Bianca di Valguarnera —la misma uva blanca del marsala— y el nero d’avola de su Duca Enrico. Vinos con buena guarda, poderosos pero equilibrados, que se pagarían mucho más de ser del norte.

Vecchie Vigne Historical 2019
Las Marcas. Precio: unos 45 euros
La verdicchio es la más importante de entre las uvas blancas de la Italia central. Perfil seco, variedad no aromática, notas verdes y final amargoso. Espléndido en su equilibrio de acidez, concentración y elegancia. Umani Ronchi comenzó en 2018 a elaborar el verdicchio por el que suspirábamos: este viñas viejas que sale al mercado cinco años después de su añada.

Campo del Guardiano 2009
De cuando en cuando, el viñedo italiano nos pasma con lo que no sabemos si es una curiosidad o un clásico. Pienso en los Oltrepò Pavese —Lombardía— de Lino Maga, tan rústicos, o en estos Campo del Guardiano de Orvieto en Umbria, que con los años ganan en cambio un empaque burgués. Son vinos nítidos, de paso por boca muy amplio y una acidez refrescante. La bodega saca el vino al mercado, pero tumba cada año unas cuantas botellas de los viñedos de Campo del Guardiano para ver cómo evoluciona. Y cuando creen que está redondo, vuelven a vender la vieja añada de un vino que en su vida ha tocado la madera.

L’Albereta 2021
Sepultado por la fama de brunellos y chiantis, cuando no de cabernets y merlots de diseño, el blanco toscano lo ha tenido difícil para hacerse ver. Y más difícil aún cuando no hablamos de la vermentino —la uva costera— sino de la Vernaccia di San Gimignano del interior. Son vinos que aun así merece mucho la pena buscar, sobre todo de productores como Panizzi o —mi preferido— Il Colombaio di Santa Chiara, cuyo Albereta procede de un viñedo de 2,5 hectáreas y pasa un año en roble. Compensa buscar añadas viejas porque esta vernaccia sabe envejecer con gloria. Vinos infinitamente más interesantes que cualquier chardonnay toscano y ampuloso pagado a precio de Montrachet.
CINCO TINTOS

Amarone della Valpolicella
El amarone no lo pone fácil. Por lo general, es mejor que la botella tenga muchos años por detrás y nosotros unas cuantas horas por delante. No es un vino dulce, pero tiene la concentración y el grado de muchos vinos dulces y exige sus mismos ritmos al beberlo. Con los amarones, además, parece que habría que resignarse: o uno vende un órgano para hacerse con una botella de Romano dal Forno o Giuseppe Quintarelli —productores de leyenda—, o se quedará en una calidad industrial. Por suerte, hay alternativas, como Tommaso Bussola o el Stropa de Monte dall’Ora.

Dedo 1998
Hace unos meses moría Antonio Pulcini, que en Monte Porzio Catone, al sur de Roma, hizo unas malvasías eternas por su calidad y su capacidad de envejecimiento. La bodega, sin embargo, tiene también otros tintos de guarda aún más secretos que sus blancos. Este Dedo mezcla merlot y cabernet franc, y aunque uno pueda preguntarse qué hacen estas variedades en la tierra campesina de la uva cesanese, créanme: merece la pena.

Boca DOC Le Piane 2021
Nadie duda de que barolos y barbarescos se encuentran entre los vinos más atractivos de este mundo, y nadie duda de que se los cobran como tales. El problema mayor, sin embargo, es que los tiempos de esta uva no son los de una comida: la nebbiolo no solo agradece los años de guarda, sino horas y hasta días abierta o decantada. Así, le hemos buscado alternativas en la nebbiolo de la Valtellina, pero hay otra opción en el norte del Piamonte: esa maravilla llamada Le Piane, accesible ya en su juventud.

Venezia Giulia IGT Schioppettino 2019
La schioppettino es una variedad propia del Friuli, allá donde Italia se va haciendo Eslovenia, que destaca por la exigencia de su manejo y una acidez fija muy alta. Hablamos de una uva que se beneficia de las 10 generaciones de experiencia que aporta una familia Bressan, poco intervencionista en el viñedo. Los Bressan tienen también un pinot nero en verdad pasmoso, y un pignol asimismo autóctono y difícil pero mucho más caro. Con este schioppetino nos dan la tipicidad: uvas ligeramente sobremaduras para compensar la acidez y cuatro o cinco años en botas de maderas diversas con capacidad de 2.000 litros, para terminar de hacerse en botella. El resultado es una mezcla de sorpresa y delicia: una “eleganza strepitosa”, notable hasta en su vivo color rubí.

Taurasi DOCG 2012
Si la costa amalfitana tiene una calidad asegurada en Marisa Cuomo, el interior de la Campania, tierra de tinta aglianico, cuenta con nombres como Michele Perillo o Luigi Tecce. Ambos afrontan esa maldición que no solo afecta al vino ni se limita a Italia, pero que en el vino italiano ha arraigado con crudeza: el sur vende peor. Pese a todo, las viñas hablan, y el talento de estos viticultores extraordinarios también: ellos nos recuerdan la capacidad del buen Taurasi, un prodigio mediterráneo, para envejecer y mejorar. Véase que esta cuvée simple sale al mercado con ocho años de botella. No tema decantar, que aquí hay mucho toro.
UN GENEROSO

Vernaccia di Oristano
En Cerdeña alguien ha hecho muy mal el marketing para que la Vernaccia di Oristano no tenga ni notoriedad ni prestigio. Cabe argüir, en cambio, que el vino lo han hecho muy bien. Variedad antiquísima, la Vernaccia –“vernácula”— di Oristano, cultivada en la franja litoral del occidente de la isla, no tiene nada que ver con otras vernaccias italianas. En sus elaboraciones más habituales, con lo que tiene que ver es con Jerez y el Jura: un velo de flor que deja paso a una larga crianza oxidativa en roble y castaño y que puede o no estar encabezado o refrescarse con vinos más jóvenes. Para un paladar español, el resultado es un sorprendente jerez italianato: seco, intenso, salino, complejo. Todavía me falta probarlo con jamón.
UN ROSADO

Cerasuolo d’Abruzzo Superiore
Algún día se pasará la moda del drink pink, y el Cerasuolo d’Abruzzo seguirá siendo excelente. No hay botella que no se quede corta de este rosado con paso de blanco y cuerpo de tinto, capaz de acompañarnos desde el aperitivo hasta el segundo plato. Los de Valentini y Emidio Pepe están al alcance de cualquiera con dinero. Si lo que uno tiene es más bien sensibilidad, apreciará el tradicionalismo de Praesidium en su tinto montepulciano, su blanco trebbiano y, por supuesto, este su Cerasuolo.
Y UNA PROPINA ESLOVENA

Sotto la Chiesa
El Collio es una de las patrias mundiales del blanco, y lo es en su vertiente italiana —Collio Goriziano— tanto como en su parte eslovena, Goriska Brda. Las viñas de Noüe-Marinic están a tres kilómetros de la linde con Italia, en una zona ya sometida a una de las primeras clasificaciones por calidad del mundo, en tiempos —fines del XVIII— de María Teresa de Austria. Aquí la chardonnay ha hecho patria desde hace más de siglo y medio, y esta tierra solo necesitaba el saber hacer de un Leflaive —Charles Louis de Noüe— para alcanzar unas pasmosas calidades borgoñonas desde sus primeras añadas. La bodega tiene diversas gamas de ambición y precio, pero sus crus —Sotto la Chiesa, Tejca, Groblja— son los que impresionan. Ideales para catar y comparar con los Leflaive occidentales.

Especial Gastro de 'El País Semanal'
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